Las cuatro palabras que definen el contexto que deben afrontar las empresas en esta crisis podría ser volatilidad, incertidumbre, complejidad y ambigüedad acuñadas durante la guerra fría por EEUU.
Esta crisis está afectando de forma muy desigual a los diferentes sectores y grupos sociales, por lo que la respuesta también debe ser distinta en función de las empresas. Y, sobre todo, muy adaptada a la realidad de cada momento. Al igual que el impacto en el turismo nada tiene que ver con la resiliencia que han demostrado las telecomunicaciones, tampoco puede ser igual la actuación de las compañías en el escenario más optimista y el más pesimista. La brecha entre ambos es de 11 puntos del PIB en el caso de España. Ser muy flexibles es una necesidad imperiosa. La situación cambia día a día y el plan estratégico que elaboramos ayer quizá no sirva.
Todos han coincidido en que, en esta realidad líquida, los cambios se seguirán acelerando y la labor de los consejeros es más importante que nunca. Las preocupaciones de principios del año, como el Brexit, la guerra comercial entre Estados Unidos y China o la inestabilidad política en España, han quedado superadas por la irrupción de la covid-19.
Las medidas urgentes, que en un primer momento pasaron por asegurar la salud de los empleados y reforzar las infraestructuras tecnológicas para garantizar el teletrabajo, apuntan ahora a la propia supervivencia de las compañías. La primera prioridad de la empresa es seguir existiendo. Y ahí la financiación desempeña un papel central.
Como en cualquier crisis económica, el día a día se lleva la mayor parte de los esfuerzos, pero es ya necesario volver a fijar la mirada en el largo plazo. La sostenibilidad ambiental era uno de los elementos que estaba encima de la mesa de los consejos antes de la crisis, y ahora prácticamente ha desaparecido. En estos momentos de urgencia, no supone una prioridad como la que representan la reducción de costes para hacer frente al desplome de los ingresos o el control de la cadena de suministros, después de los problemas de abastecimiento provocados por las restricciones en los mercados internacionales.
Esta vez, las autoridades comunitarias han reaccionado de forma más contundente que en la Gran Recesión de 2008, lo que permite a Europa afrontar la crisis del coronavirus con la seguridad que le falta, por ejemplo, a las economías emergentes. Con la pandemia controlada, ha llegado la hora de ir pensando en las reformas necesarias para una recuperación sólida.
La política fiscal se ha convertido en la primera línea de defensa contra el shock económico, en forma de ayudas para mantener el empleo y el tejido productivo, pero también debe ser la protagonista de los nuevos cambios: Igual que en la anterior crisis se avanzó mucho en la política monetaria, esta es la oportunidad de avanzar hacia la unión fiscal. Alemania parece que empieza a tomar nota. Está en juego la supervivencia del mercado único.
Miguel Morillon
Letrado del Ilustre Colegio de Abogados de Madrid
Morillon Avocats